Placentofagia humana: ¿Por qué comer tu placenta y bajo qué condiciones?

La placentofagia humana es un campo que ha despertado en las últimas décadas el interés científico en el mundo. Diversos estudios tratan de los efectos beneficiosos para la madre y el bebé de comer la placenta tras el parto.

“El destino natural de la placenta en el post alumbramiento es el de ser ingerida, por lo que hemos de considerar la reincoparción oral de placenta como una parte de la fisiología reproductiva del ser humano que cierra múltiples ciclos neuroendocrinos, inmunológicos y nutricionales.”

Sánchez Suárez S., García Hernández E. y Serra Majem L. “Estudio bromatológico de la Placenta Humana”, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 2003.
placenta en crudo, placentofagia humana

Estos resultados sobre la placentofagia humana tan contundentes se publicaron en un estudio de 2003. Increíblemente, ésta y otras investigaciones científicas no han trascendido… ¿quizá porque no existe ningún beneficio económico en su aplicación? ¿Hasta qué punto influirá además el sesgo cultural, moral, etcétera?

Comparto con expert@s en el tema la idea de que deberían ser los organismos encargados de la Salud Pública quienes estuvieran informando de estos resultados y no páginas como ésta, de carácter privado. Ojalá llegue pronto el momento en el que de medios como en el que estás sean sólo complementarios para la difusión de dicha información. Y que ésta sea proporcionada directamente por el personal sanitario a todas las mujeres embarazadas, para que ellas elijan libremente qué hacer con sus placentas.

El gen PEG3 que determina la placentofagia humana

La placentofagia es un comportamiento que se da naturalmente en las más de 5.000 especies de mamíferos, hervíboros incluídos, a excepción de las familias de camélidos y cetáceos. ¿Y en la mujer? Es decir, ¿y la placentofagia humana?

El comportamiento perinatal de la mujer (incluído comer la placenta) viene cifrado en el gen PEG3. Este gen se activa en la madre en el parto y es idéntico al del resto de mamíferas que ingieren su placenta tras su alumbramiento (“La placenta humana, sabiduría genética, instinto inteligente”, publicado en el nª 3 de Gen-T, 2008). Además, esta información se transmite de forma monoalélica a través del padre… un mecanismo natural para asegurar que dicho comportamiento, entre otros, no desaparezca y se mantenga a lo largo del tiempo aunque las mujeres dejen de practicarlo generación tras generación. Cosa que evidencia la importacia que la naturaleza otorga a que se mantenga ésta y otras prácticas perinatales para la preservación de la especie. Y como muestra, un ratón 😉 …en 1998 se comprobó en ratones cómo la mutación de este gen provocaba que las hembras dejaran de ingerir sus placentas y que no cuidaran de sus crías tras el parto.

Recuperando el instinto

Las mujeres cuando parimos tenemos toda la información que necesitamos en nuestro interior. Ahora la Ciencia le ha puesto nombre y la ha “descubierto” dentro del gen PEG3, pero siempre ha estado ahí. En los últimos años nos están haciendo creer que necesitamos ayuda para parir, y realmente muy pocas veces es así. Conforme recuperamos nuestros partos, nuestros cuerpos, nuestra sabiduría ancestral, surgen comportamientos instintivos, innatos a nuestra especie.

Resulta curioso y especialmente interesante ver cómo muchísimas mujeres a las que se les ofrece practicar la placentofagia humaan (ingerir su propia placenta), explicándoles los beneficios que esto tiene, lo ven de lo más normal y no experimentan ningún tipo de rechazo a hacerlo. Otras, en cambio, nunca dejaron de hacerlo…

Entonces… ¿siempre existió la placentofagia humana?

matrona_antigua

En 1882 el Dr Egerton Y. Davis dejó constancia sobre la práctica de la placentofagia en las mujeres de la tribu india del Lago Slave. El ginecólogo George J Engelmann observó lo mismo en ciertos pueblos, tanto en América como en África, y lo dejó plasmado en su libro “Labor among primitive people”. Louise Toussaint, experta matrona francesa del S. XIX/XX, también fue testigo de este comportamiento alrededor de todo el mundo. Además, constató en primera persona la influencia de la ingesta de sus placentas en las mujeres a las que acompañaba en los partos. Incluso llegó a utilizar exitosamente “polvo” de placenta de oveja (placenta deshidratada) para aumentar la producción láctea de las mujeres que lo necesitaban.

Esta gran científica me ha resultado especialmente inspiradora entre tod@s l@s que he estudiado, y quiero compartir con vosotras un pequeño fragmento de un emocionante relato que escribió sobre el parto de una mona, que tuvo la suerte de presenciar:

“Todo nos permite, pues, creer que Cucusa devoró su placenta como la devoran todas las monas que paren en el parque de la Quinta Palatino. Pues bien, hay que saber que todas las hembras de mamíferos ingurgitan las envolturas fetales de sus progenituras. ¡Es una necesidad fisiológica para ellas!

Aún más, las mujeres mismas, en ciertas circunstancias no desdeñan seguir su ejemplo. Por lo demás en la especie humana es una costumbre vieja como el mundo (por más que se encuentre algo abandonada) la que se refiere a comer placenta.

En América, en Asia, en Oceanía, en África, en ciertas regiones de Europa existen todavía hoy tribus placentófagas cuyas mujeres han conservado las viejas tradiciones de la especie.

Todo esto suscitaba la risa, o hacía encogerse de hombros, hasta hace apenas unos años (…) pero hoy nadie puede negar la extraordinaria acción que poseen, sobre nuestros tejidos, los jugos de ciertos órganos.

Pues bien, los jugos placentarios pertenecen precisamente a esta clase: ellos levantan con una singular actividad las fuerzas de las recién paridas; reestablecen la salud de los órganos genitales y provacan la secreción láctea.

(Memorias de la Sociedad Cubana de Historia Natural “Felipe Poey”, vol. 2, 1917)